Por Carlos Mira para @thepostarg
No siempre el destino es lo mejor del viaje. A veces, es el camino el que te cambia el ánimo, el que te obliga a bajar la velocidad, abrir la ventana, respirar profundo y mirar alrededor. Así es la ruta que une Atlanta con Treehouse Grove, un paraíso escondido entre las montañas de Tennessee. Y aunque la distancia se podría cubrir en menos de cinco horas por la autopista, esta es una invitación a tomarse el tiempo y recorrer uno de los trayectos más escénicos del sur de Estados Unidos.
Primer tramo: dejar atrás la ciudad

La aventura comienza en Atlanta, saliendo por la GA-400 Norte. En pocos kilómetros, el paisaje urbano empieza a disolverse en un entorno más verde, más abierto. Es como si la ciudad misma te diera permiso para soltar tensiones y empezar a viajar en serio. El tránsito se aligera, los edificios se achican, y de a poco la ruta se vuelve un corredor hacia el bosque.
Dahlonega: historia dorada entre colinas

A medida que se avanza por la US-19 N y luego la GA-60 N, el camino serpentea suave por los foothills de los Apalaches, una antesala encantadora de lo que está por venir. Entre esas curvas aparece Dahlonega, un pueblo que parece detenido en el tiempo. Fundado sobre el oro —literalmente: fue epicentro de la fiebre dorada del siglo XIX—, hoy ofrece plazas con bancos de madera, cafés de esquina y tiendas de antigüedades que invitan a curiosear. Parar ahí, aunque sea media hora, vale la pena: un espresso en una vereda tranquila puede marcar el tono del resto del viaje.
Blairsville: curvas, verde y más curvas

Desde Dahlonega, la US-129 N se encarga de recordarte que estás atravesando territorio montañoso. El camino que lleva a Blairsville es un vaivén constante entre laderas y bosques, donde el verde se vuelve protagonista absoluto. Blairsville es menos turístico que Dahlonega, pero más salvaje. Ideal para quien disfrute de los caminos solitarios, las vistas abiertas y ese tipo de silencio que sólo se encuentra entre montañas.
Murphy y Tellico Plains: el umbral de la belleza

Al salir de Blairsville, la US-64 W se interna en Carolina del Norte, rumbo a Murphy, una localidad que sirve como transición hacia la parte más épica del recorrido. Desde allí, la TN-68 N te lleva hasta Tellico Plains, y si venías disfrutando el paisaje hasta ese momento, lo que sigue te va a deslumbrar.
Cherohala Skyway: donde el cielo se toca con los árboles

En Tellico Plains comienza uno de los secretos mejor guardados del sureste de EE. UU.: la Cherohala Skyway (TN-165). Esta carretera panorámica de alta montaña atraviesa el Bosque Nacional Cherokee y roza los 1.600 metros de altitud. Curvas suaves, miradores naturales, cero tráfico y una paleta de verdes, azules y grises que cambia con la luz. Hay tramos donde se ve el horizonte a 180 grados, otros donde el bosque se cierra sobre el asfalto como un túnel vegetal. Manejar por ahí es hipnótico. Se recomienda parar, bajar, respirar y sacar fotos que jamás van a hacerle justicia al lugar.
Tail of the Dragon: la adrenalina entre árboles

El Skyway termina cerca de Robbinsville, donde podés enganchar la US-129 N, también conocida como el “Tail of the Dragon”, famosa entre motociclistas y fanáticos del volante. Son 318 curvas en apenas 11 millas, rodeadas de bosque denso y sin casi un solo edificio a la vista. Es un tramo que se puede evitar si no te atrae tanto el zigzag extremo, pero para quienes lo recorren, es una experiencia inolvidable.
Gatlinburg y el borde del parque


Luego de ese tramo, la ruta se suaviza por la US-321 N y te lleva directo hacia Gatlinburg, una de las puertas principales al Parque Nacional Great Smoky Mountains. Aunque es una ciudad turística con bastante movimiento, su ubicación la convierte en una parada estratégica para recargar energías o simplemente volver a la civilización por un rato.
Treehouse Grove: el final perfecto

Desde Gatlinburg, sólo queda seguir las señales hacia Cosby, donde se encuentra el mágico Treehouse Grove. Las casas en los árboles cuelgan sobre arroyos, rodeadas de pinos y sonidos de pájaros. Es un final soñado para un recorrido donde el viaje en sí fue el mayor de los lujos.
Consejo final:
No se trata sólo de llegar. Esta ruta invita a detenerse, observar, respirar. No hay carteles que lo digan, pero el espíritu del camino te lo susurra: vas bien, no apures el paso.
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